sábado, 13 de octubre de 2012

Un publicista en apuros - Natalia Moret

Les presento mi capitulo favorito de ese libro:
"Un collar que lo dice todo"

El local tenía unos pocos estantes en las vidrieras y algunos detrás de las tres vitrinas en forma de ele que armaban el ambiente. En cada estante, y dentro de cada vitrina, no había más que tres o cuatro joyas. Las vitrinas eran grandes como para guardar veinte o treinta objetos, pero la superficie que un producto ocupa en un negocio no se debe a su masa específica, no… Si hay dos anillos del mismo peso y tamaño, pero uno de ellos tiene un gran vacío a su alrededor, sabremos que ese anillo tiene, digamos, un precio mayor y directamente proporcional a la superficie libre que lo envuelve. Al aire libre, denso, que lo envuelve. El aire cargado del peso de la plata, más y más pesado a medida que crece más y más… Un anillo por acá, otro por allá, a medio metro… Un collar solitario en una vitrina gigante… Una pulsera como único elemento de la vidriera… Caro… Más caro… Carísimo… Ni lo sueñes…
Todo el lugar estaba tenuemente iluminado, a excepción de las joyas, cada una con una luz dirigida que multiplicaba su brillo. Ni bien puse mis pies sobre la alfombra roja de la entrada la vendedora se calzó la sonrisa entre forzada y complaciente típica de los vendedores de este tipo de negocios, exclusivos, exclusivamente caros… La sonrisa que yo llamo: la sonrisa del beneficio de la duda. Por día, a este tipo de negocios exclusivos entran muchas personas. La mayoría de ellos pertenece a la tribu de los respetuosos, los que ni siquiera se atreven a preguntar el precio de esos objetos inalcanzables, y que ni bien perciben la sonrisa del beneficio de la duda de la vendedora responden con la sonrisa tímida de los respetuosos, una sonrisa que pide perdón por los inconvenientes causados y que dice:

No se moleste, quédese sentada, el anillo barato es más caro que mi salario anual, así y todo tengo la educación suficiente como para poder valorar lo bueno, el buen gusto, y si no le molesta quería pasar a mirar y que, de paso, el resto del mundo vea que soy el tipo de persona socialmente habilitada a entrar en este tipo de negocios a mirar o tal vez, esto usted sabe que es cierto pero ellos no, tal vez incluso hasta a comprar.

La vendedora, entonces, retira su sonrisa del beneficio de la duda -que se caracteriza por hacerse con los ojos bien abiertos, las manos tomadas, y absolutamente siempre de pie- y pone la sonrisa comprensivamente superior, una sonrisa que se hace con los ojos apenas entrecerrados mientras se mira de a poco hacia cualquier otro lado del local, porque hasta el vuelo irregular y alocado de una mosca es más significativo que la visita de unrespetuoso, y vuelve a la silla, con la sonrisa que dice:

Adelante, mire tranquilo, pero sepa que aunque mi salario anual tampoco alcanza para el anillo más barato, gracias a mis beneficios como empleada yo podría comprarme ese anillo, a un precio menor, en cuotas, y lucirlo en una reunión social, así que dentro de los límites de este local yo pertenezco a una clase social superior o tal vez, esto usted no lo sabe, tal vez fuera de los límites de este local también.

La segunda minoría la forman los despreocupados, los que ni bien pisan el local actúan igual que si estuvieran entrando a un supermercado y a lasonrisa del beneficio de la duda devuelven la inmediata sonrisa despreocupada de los despreocupados, y dicen “¡Hola!”, tratando a la vendedora de igual a igual para dejar en claro que no son iguales, porque es de buen gusto y buena educación de las personas socialmente despreocupadas tratar como iguales a las personas socialmente preocupadas, y dicen: “¿Puedo mirar?”, porque es de buen gusto entre los despreocupados hacer como que hay que pedir permiso, despreocupadamente, y se animan a preguntar el precio, de esto, de lo otro, y cada vez que la vendedora dice el precio la miran con esa sonrisa tan despreocupada, una sonrisa que dice:

Ahora soy un despreocupado que sólo quiere mirar, porque, aunque sí podría comprar, para hacerlo debería hacer una inversión que comprometería mis finanzas o tal vez, esto usted no lo sabe, tal vez sólo soy un despreocupado millonario yendo apurada y despreocupadamente hacia otro lugar y más tarde podría volver y, despreocupadamente, comprar.

La vendedora se queda rondando por ahí, levemente inquieta, prestándole y no prestándole atención al despreocupado, tal vez de pie, tal vez sentada, y cada vez que el despreocupado la mira ella le devuelve la sonrisa contrariada de las ratas, una sonrisa tirante que se hace con la boca estirada, casi una raya, sin mostrar ni un solo diente, los ojos sutilmente achinados y la nariz apenas fruncida, lo que junto a la atención flotante y fingidamente dispersa le da a la expresión su tinte roedor, una sonrisa que dice:

Adelante, mire tranquilo, que mientras usted se distrae yo evalúo minuciosamente el resto de su vestuario para saber qué tan socialmente despreocupado está usted en realidad y decido si invertir o no mi tiempo en atenderlo para llegar a mi objetivo de ventas del mes o tal vez, esto usted no lo sabe, tal vez ya llegué a mi objetivo y estoy tan despreocupada como usted.

Y por último, la última minoría, la menor minoría absoluta de todas, ese grupo tan selecto que ante la sonrisa del beneficio de la duda de la vendedora devuelve la ninguna sonrisa, ni siquiera se molesta en mirarla, porque… ¿hay otra persona además de yo mismo acá?, para que quede absolutamente claro que a lo igual se lo trata igual y a lo desigual peor, peor… porque no son iguales ni nunca, jamás, van a ser ni parecidos, esos especimenes tan pero tan selectos que ni bien entran al local van directo a la joya, mirándola en sus atributos como lo que es, un objeto cercano, bello o no, y sin precio… ¡Ah! La minoría absoluta de los clientes de los negocios caros, exclusivos, exclusivamente caros… La vendedora, todas las alertas encendidas por encontrarse frente al ser social e indiscutiblemente superior, despliega la sonrisa desamparada total, y, sumida en el más absoluto silencio que sólo se quiebra si el cliente de los negocios caros, exclusivos, absolutamente caros decide hablarle, lo sigue de cerca, siempre de pie, toda la atención al servicio del ser socialmente atípico, inabordable, el ser que cada vez que mira a esa vendedora, a esa pobre vendedora, recibe la tremenda sonrisa desamparada total, una sonrisa que dice:

Adelante, mire tranquilo, pero sepa que lo odio, lo odio, lo odio… y quiero tanto ser usted, usted, usted…

Y así las personas nos odiamos, nos envidiamos, nos relacionamos para formar esta cosa tan excéntrica y tan aceitada conocida como sociedad capitalista. Algunos con menos suerte, y otros, como nosotros, con mucha más despreocupación… Pero la sonrisa del beneficio de la duda no se le niega a nadie. No. Porque nadie es pobre hasta que se demuestre lo contrario. ¡Qué asco! ¡Y qué maravilla!

1 comentario:

Idealista Irredimible dijo...

Me encantó! Súper descriptivo, muy bien escrito y dramáticamente cierto... Me sentí totalmente identificada con los despreocupados jaja.
Ah che, aprovecho a contarte que reactivé mi blog, ya van 2 post nuevos! ;)
sindelamano.blogspot.com